📅 Marzo 5, 2024
⏰ Tiempo de lectura aproximado: un buen rato.
Casi son las siete de la tarde, y Adri, Migue, Ari y yo estamos corriendo por el Distrito VII para no llegar tarde a un concierto. En Budapest existe una fuerte cultura musical, tanto que parece que hay más teatros y salas de concierto que iglesias. Nos interesa escuchar el concierto en homenaje a Margit Lányi tanto como la oportunidad de conocer La Academia de la Música de Budapest, un edificio impresionante de estilo Art Nouveau construido en 1907. Al llegar, nos informan que estamos equivocados; el concierto no es allí, es en la Antigua Academia, a pocas cuadras. También es un bello edificio, de finales del siglo XIX.
Lo logramos: llegamos a tiempo y encontramos lugares disponibles. El salón está lleno, incluso quedan personas de pie.
Margit Lányi fue una destacada artista y profesora de educación en violín, quien participó activamente en la vida musical de Hungría que estaba reviviendo después de la guerra, y en la organización de sus instituciones musicales, como el Sindicato de Profesores de Música de Hungría.
El homenaje comienza con las palabras de András Keller, un violinista destacado, director del Concierto de Budapest , quien por varios minutos habla en húngaro, que a mi oído suena un poco duro. Se lo ve emocionado y e l público lo aplaude. Se percibe una atmósfera de mucho respeto y cariño. Aunque no entienda lo que dice, me siento bien, como si al escuchar el idioma húngaro escuchara un mantra.
El concierto es increíble; en ese momento no sabía quién fue Margit Lányi, ni quienes son András Keller, ni Anikó Áchim Kovács, grandes violinistas húngaros, pero no hizo falta la información para disfrutar.
Poco después, esta experiencia se repite, pero de otra manera. Camino por la calle Fylis en Atenas, una de las calles donde los miércoles se monta un Laiki agora, un mercado de la gente. Estos mercados se realizan en casi todos los barrios, ofreciendo frutas y verduras frescas, asi como diversas clases de aceitunas. Mayormente, son los propios agricultores quienes venden sus productos aquí. Colocan sus puestos en una calle, y al llegar la tarde todo desaparece.
Durante varios miércoles hice allí mis compras semanales. No fue tan difícil la comunicación porque, aunque la mayoría de las personas solo habla griego, los precios son comprensibles.
Uno de esos días me detengo en un puesto interesada en unas paltas; el vendedor las ofrecía a los gritos, con euforia. Las miro, me perecen demasiado inmaduras. Él comienza a explicarme algo en griego por un buen rato y no lo detengo. Yo sonrío, suena lindo e interesante lo que dice, pero no comprendo del todo; creo que me explica cómo guardarlas para que se maduren pronto. Al irme, me saluda haciendo ese gesto que amo: llevarse la mano abierta al corazón e inclinar apenas la cabeza. Otra vez siento esa extraña sensación de bienestar como al escuchar hablar en húngaro.
Es noviembre y llevamos varios meses en lugares donde no se hablaba el español ni el inglés como lengua principal: Dusseldorf, Berlín, Budapest y Atenas. Disfrutando de ese estado de viaje del que hablaba Clarice Lispector, intentando llevar la vida habitual.
¿Por qué me siento tan bien?
Lo que estaba pasando es que mi atención no se dispersaba tanto, como suele suceder cuando estoy en lugares donde se habla español. Pienso sorprendida que mucha de mi atención en espacios públicos se dirige a situaciones y conversaciones ajenas. Me la paso escuchando en bares o en la calle lo que pasa entre otras personas. Toda esa información se convierte en una especie de residuo mental.
Antes pensaba que eso era bueno para mí porque alimentaba mi imaginación, mi lado creativo. Pero lo que no notaba es que todo ese ruido se convierte en un grifo abierto descontroladamente, y no soy yo la que decide cuándo y cuánto escuchar. Constantemente, mucha información y energía ajena y desconocida me afecta.
Converso sobre esto con mi amiga Cris. Ella vivió entre cinco/seis años en países donde había idiomas que entendía, como el inglés y el francés, y otros idiomas que no entendía, como el dariya en Marruecos y el noruego en Noruega. Notó que le gustaba no entender algunos de los idiomas porque la hacía estar más conectada consigo misma, no se entretenía con otras cosas, no se perdía. Le gustaba no entender parte de lo que se decía a su alrededor y entender otros idiomas que no eran el propio, aunque en ocasiones extrañaba un poco el español.
Al volver a España, luego de todos esos años de vivir fuera, notó que no soportaba escuchar solo un idioma: el español. Siendo una persona curiosa, tenía ganas de seguir escuchando el inglés, el francés, idiomas que comprendía. Por otro lado, entender todo el rato español la hacía perderse en conversaciones ajenas. Se dio cuenta que esto era un gasto de energía que, en ocasiones, incluso se convertía en enfado, especialmente si esas conversaciones no le gustaban por violentas o por lo que fuera.
Busco información acerca de lo que pasa en las personas al experimentar con diferentes idiomas. Tal vez a Cris lo que le estaba pasando es que, al escuchar esos idiomas aprendidos, su actividad neuronal estaba muy estimulada, y su cerebro se estaba fortaleciendo y su corteza y sustancia blanca cerebral crecían, mejorando sus interconexiones y el funcionamiento de su cerebro, y eso le generaba alegría y placer, y al volver a España eso se detuvo y se sentía aburrida. ¿Cómo saberlo? Ella es muy genial y podría ser que esto le sucediera.
Tal vez lo que a ambas nos pasaba es que en esas ciudades abrimos algo de nuestra percepción a lo sutil, lo emocional o más intuitivo, dejando algo de lado ese costado más racional que absorbe cualquier estímulo, incluso los que no nos agradan. Las ciudades nuevas, sus gentes, su cultura ayudan, sin duda, pero creo que los entornos propios o más conocidos también podría propiciar estas emociones más agradables, solo depende de nosotras.
Me pregunto si a vos, lector+, te habrá pasado algo de esto.
Pd. Les dejo un enlace para hacer una visita virtual a la Academia de la Música de Budapest, que es el edificio que quisimos conocer, pero no pudimos.