📅 Noviembre 9, 2023
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Hace un tiempo que quiero compartir historias de vida de artistas que me atraen por su valentía, por seguir sus ideas, explorar sus pulsiones, abrazar su locura y encontrar formas de compartirlas. Muchos tienen un aura de estrellas de rock, chamanes y algo de mensajeros crepusculares.
Con cariño y un poco de emoción controlada, les contaré una etapa de la vida de Lygia Clark.
En una de las múltiples cartas que Lygia le escribe a su gran amigo y también artista brasileño, Hélio Oiticica, le decía:
«¿Cuántos seres soy yo para ir a buscar siempre en el otro ser que me habita las realidades de las contradicciones? ¿Cuántas alegrías y dolores ha ofrecido mi cuerpo al otro ser que está secretamente dentro de mi yo, abriéndose como una gigantesca coliflor? En mi vientre habita un pájaro, en mi pecho, un león. Éste no para de pasearse de acá para allá. El pájaro grazna, parca y es sacrificado. El huevo sigue envolviéndolo, como una mortaja, pero ya es el inicio de otro pájaro que nace inmediatamente después de la muerte. No llega a haber intervalo. Es el festín de la vida y de la muerte entrelazadas.»
Lygia Clark fue una artista brasileña, nació en Belo Horizonte, en 1920. Desarrolló su carrera en Río de Janeiro y París. Formó parte de diversos grupos artísticos, como el Concreto, el Neoconcreto y el Grupo Frente, que cofundó con su amigo Hélio Oiticica y otros artistas.
Su recorrido artístico se mantuvo en las fronteras, primero entre la pintura y la escultura, luego entre la escultura y las instalaciones o la performance y entre el art e y la terapia. Sin rupturas repentinas, sino cambios graduales. Sus búsquedas, poco a poco, se orientaron a la participación del espectador y la consecuente desaparición de la figura del artista e incluso de la obra.
A partir de 1965, y luego de haber obtenido el reconocimiento internacional, exponiendo, entre otros espacios, en la Bienal de Venecia, dejó de pensar en generar obras capaces de ser exhibidas en galerías o salas de museos de arte contemporáneo y comenzó a hacer “proposiciones”, que se mantenían peligrosamente fuera del sistema, fuera del mercado del arte. Sus proposiciones solo tenían sentido cuando eran participadas por otros, que, siguiendo las directrices de la artista, se convertían en dueños de su propia experiencia. Estas proposiciones eran para ella “laboratorios para encontrar nuevos caminos para el individuo, tendiendo a fundirse con la consulta del analista o psicólogo.”
Lygia creía que el artista debía dedicarse a provocar situaciones que ayudaran al espectador a liberarse, a despertar una “energía sensorial voluntariamente adormecida” por los hábitos sociales que había adquirido.
De 1970 a 1975, ejerce de profesora-proponente en la Universidad Sorbona en París, donde creó el Espacio del Cuerpo. Un espacio pedagógico donde desarrolló sus proposiciones polinucleares, colectivas. Allí llevaría a cabo un interesante trabajo con estudiantes que le ayudaron a realizar experiencias con grupos de hasta sesenta personas, tres horas al día, dos veces por semana. También se dedica a trabajar con niños con discapacidad auditiva.
En esta época comenta que “el arte no se enseña”. Una profesora es solo una catalizadora, que no impone lo que debe hacerse, sino que crea junto a sus alumnos. Lo importante es activar los cuerpos, la sensibilidad y las percepciones del cuerpo. Una profesora no es dirección, es superficie de contacto, soporte y propulsión.
De regreso a Rio de Janeiro, la artista abandonó las prácticas colectivas que había realizado en París, iniciando una nueva fase a la que llamó “Estructuración del self”. Esta etapa se llevó a cabo en su casa, utilizando Objetos relacionais (objetos relacionales) desde finales de los setenta hasta 1984. A pesar de que había creado estos objetos desde 1966, ahora adquirieron un marcado carácter terapéutico. Estos objetos inesperados se desparramaron en el espacio poético que ella creó en una habitación, al que dio el nombre de «consultorio». Son los elementos de un ritual iniciático que Lygia instauró a lo largo de «sesiones» regulares con cada receptor.
Esperaba a las personas en su casa, cada paciente se estiraba sobre un colchón y recibía el toque de la terapeuta y la aplicación de varios objetos, que variaban según la sesión.
Un cojín ligero relleno de bolitas de poliestireno, otro pesado relleno de arena de playa, uno intermedio denominado cojín ligero-pesado, un gran colchón de dimensiones similares a las de uno de matrimonio relleno de bolitas, mantas (de algodón, una rellena con bolitas, otra de lana y otra de tul), objetos hechos con medias (que contenían pelotas de tenis, de ping-pong, piedras y conchas finas partidas), bolsas de plástico rellenas de semillas, una red que contenía una bolsa de plástico llena de aire y una piedra ovalada, un tubo de goma de submarinismo, una bolsa de plástico llena de agua, otra llena de aire, una última llena de arena, conchas, un largo tubo de cartón y, por último, uno de los más fascinantes, la piedra de tamaño reducido que le serviría al “paciente” para mantener su contacto con la realidad, como si por prudencia, la artista dejara algo para que el receptor/paciente pudiera encontrar el camino de regreso.
La propuesta era ir generando diferentes estímulos a través de estos objetos. Los objetos tocaban, se deslizaban, frotaban, calentaban, enfriaban, pesaban. Reposaban, se adherían. El cuerpo estaba atento a todo ese alboroto en su superficie. Ideas, recuerdos, reminiscencias, pensamientos, fragmentos del día, pasan por él y se iban. El cuerpo entraba en un estado muy relajado. Los objetos hablaban al cuerpo en silencio, para desvelarlo, para desvelar en él una memoria sin tiempo que irrumpía en imágenes. Las sensaciones provocadas en el cuerpo por los objetos tenían el poder de activarle una memoria de lo irreconocible, que la memoria cronológica no lograba insertar en el tiempo, que no lograba entender, con la que se sorprendía en la falta de sentido de lo que veía.
En la quietud del reposo, los objetos le hablaban a un cuerpo primitivo, o al primitivo en el cuerpo, le hablan al pre-verbal y también al verbo. La terapia con los Objetos relacionais ponía en movimiento a ese cuerpo primitivo.
Los Objetos relacionales no tenían especificidad en sí mismos, sino que se definían en la relación que durante las sesiones se establecía con la fantasía del sujeto. Un mismo objeto podría expresar significados diferentes en distintos sujetos o incluso en el mismo, en momentos o circunstancias distintas.
De estas experiencias, Lygia no concluyó teorías, no catalogó, no diagnosticó. Los apuntes de Lygia Clark se hicieron a través de imágenes, metáforas y palabras que contaban experiencias. Lygia optó por una poética como forma de tratamiento.
Hay similitudes entre la posición de Lygia y la del terapeuta. Ella se había convertido en una mediadora, emulando de algún modo la figura del terapeuta como facilitador, ofreciendo las condiciones y el entorno en el que un cambio se hacía posible. Era ahora una facilitadora que creaba condiciones. Aunque también pienso en ella como un pajé, una curandera que entra en contacto con las fuerzas de la naturaleza, incorporando estas fuerzas en su ritual.
El desafío que nos propone Lygia para comprenderla es precisamente el de convivir con la posición fronteriza en la que ella se había ido instalando poco a poco. Ella misma, en una entrevista, comentó así su propuesta con los Objetos relacionais: «Es un trabajo fronterizo, porque no se trata ni de psicoanálisis, ni de arte. Yo me quedo en la frontera, completamente sola.»
Pensar que haya habido una Lygia artista y otra terapeuta hace que esta división atenúe la fuerza disruptiva de su obra. Lygia estaba experimentando con recursos que antes desplegaba en espacios de arte, ahora en espacios de intimidad. Tenía un gesto artístico en un espacio doméstico. Proponía a los demás que sean ellos mismos y que alcanzaran el singular estado de arte sin arte.
Foucault, que fue contemporáneo de Clark, introdujo el concepto de «cuidado de sí», que me ayuda a pensar en la obra de Lygia. Ese cuidado trata del ocuparse uno mismo de las formas en que ve las cosas, de un ejercicio reflexivo sobre la percepción, y sobre las palabras con las que produce saber a partir de esa percepción, es decir, de qué manera la entiende. Este cuidado se convierte en una especie de ética personal, donde nos preocupamos por los principios que guían nuestra formación como individuos. A través de este acto reflexivo, establecemos criterios estéticos que fundamentan nuestra ética. Cuidar lo que nos pasa como personas es lo que hace posible la vida como una obra de arte, cómo hacemos las cosas, cómo las percibimos y cómo nos referimos a ellas, hacen posible una estética de nuestra existencia.
¿Qué es lo que me interesa compartir de esta última etapa en la obra de Ligia Clark? Y también me pregunto a mí misma: ¿por qué me interesa tanto y me cuesta hablar sobre ella? Pienso en las posibilidades de hacer de nuestros cuerpos territorios que expresen las diferencias que engendramos, entre ese león y el pájaro del que hablaba Lygia a su amigo. ¿Cómo alcanzar una dimensión experimental de la vida y de qué manera construir nuestra vida como una obra?
Lygia llegó a redefinir la idea misma del arte como un regalo, una posibilidad de ofrecer a otros una forma de vivir diferente. de una manera que sea creativa y libre.
Por esto es que creo que es posible que cada uno encuentre sus propios objetos relacionais, llenos de sencillez y misterio, para retornar a la memoria del cuerpo. Engendrar poesía a través de nuestras acciones. Plantear la vida, las cosas, un modo de observarlas, de absorberlas, plantear un arte desde la escala del cuerpo.
Despertar nuestros cuerpos y estar allí cuando eso pase, vivenciarlo, y hacer de eso nuestro material para crear. Yo lo pienso desde el dibujo y la poesía. Inventar una historia desde nuestro acontece diario tiene que ver con una medida de proximidad de nosotros mismos en relación con lo que nos rodea. Tiene que ver con una medida de sensibilidad de nosotros mismos.
Permitirnos identificar las sensaciones, las percepciones, las afecciones, sin juzgarlas. Las imágenes, las metáforas, dan otra densidad, otra velocidad al trazo o a la escritura, tratan la propia forma de decir lo que la escritura da a ver, tratan las formas de ver a lo que le pasa a uno y de darle palabra, tratan las formas de ser sensible de la sensibilidad.
Lygia Clark optó por una poética como forma de tratamiento, ¿por qué no hacerlo nosotros?
Pd. Hay mucho por aprender de Lygia.
Si te interesa conocer un poco más de su trabajo pedagógico hay un texto que es demasiado interesante que se llama:
No sabíamos lo que hacíamos. Lecturas sobre una educación situada. https://issuu.com/ca2m/docs/no_sabiamos_for_proof_red/402
También te recomiendo a Marta Muñoz Recarte: Mundo performance.
Puedes ver el acervo de la obra de Lygia, donde encontrarás muchas imágenes que ampliarán la idea de sus trabajos.
Te recomiendo un texto de Suely Rolnik, El Híbrido de Lygia Clark. Ella es escritora y psicoanalista y participó en sus proposiciones y trabajó en una retrospectiva de la obra de Lygia.
Y si dispones de tiempo, o puedes hacértelo lee la tesis doctoral de Cynthia Farina, que se llama: “Arte, cuerpo y subjetividad. Estética de la formación y Pedagogía de las afecciones.”
Si quieres sumergir tu cabeza puedes acercarte a Michel Foucault y su libro: Tecnologías del yo. Y otros textos afines. Barcelona: Paidós, 1991